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27
Oct

LA CONDICIÓN HUMANA (1)

Anoche estuve tomando una cerveza con un hombre que conocía de vista y que, entre coñac y coñac, acabó contándome a qué se había dedicado en su vida. «Yo tengo un buena jubilación porque, claro, yo me he dedicado a un trabajo peligroso y eso se paga bien. Además, yo he viajado mucho, mucho»…

«Ah ¿sí? ¿A qué te dedicabas?»

«Bueno, yo llevaba armas de un sitio a otro. Todo legal, que conste».

«¿Eras traficante de armas?»

«No, no. Yo no traficaba. Todo era legal. Era en tiempos de Franco y era legal.»

El hombre empezó a emocionarse recordando su gran pasado. Así, entre coñac y coñac, me contó que estuvo en Virginia, en Estados Unidos, y que compraron un cargamento de armas que luego llevaron en barco a Portugal y de Portugal a Nicaragua, para armar a la contra nicaraguense. Me estaba hablando de la «contra», esa organización paramilitar que torturó y asesinó a miles de civiles en ese país de Centroamérica, incluyendo a pueblos indígenas y campesinos devastados por completo, hombres, mujeres, niños y niñas.

También me contó con un brillo en los ojos, atribuible en parte al alcohol y en parte al orgullo que sentía por sí mismo, que fue a Haití en tiempos del dictador Duvalier y del hijo que continuó con la dictadura. «Tenías que haber visto el puerto de Puerto Príncipe cuando llegó nuestro barco (cargado hasta arriba de armamento, por supuesto). Hubo una celebración por todo lo alto. Allí había, por lo menos, 300 prostitutas, sólo para nosotros». Me estaba hablando de Duvalier y de su hijo, ambos unos sanguinarios asesinos que además empobrecieron aún más la ya devastada Haití y esas armas que traían era para mantener al psicópata en el poder a base de machacar a su pueblo. Me imaginaba la escena, con esas esclavas del sexo deshumanizadas y convertidas en meros objetos de placer.

También me habló de Gadaffi, al que también llevó armas pero claro, fue algo muy peligroso porque «ese dictador estaba un poco loco y tenía muchos enemigos».

En fin, yo le escuchaba y le miraba atentamente para ver si veía algún atisbo de arrepentimiento. Pero no, no había nada, cero. Al contrario. Estaba muy orgulloso de su vida aventurera que le había permitido viajar, hacer bastante dinero y además ser tratado como un rey, con banquetes, alcohol y todas las putas que quisiera a su disposición.

Cuando yo le dije que si era consciente de que esas armas se usaron para matar a la población, a civiles desarmados, él simplemente encogió los hombros, sonrió y continuó contando batallitas. «Ese era mi trabajo y era todo legal».

Me fui a casa con el corazón encogido. En realidad, ese hombre no es ni mejor ni peor que todos aquellos que trabajan en las fábricas de armas o bien aquellos que están construyendo barcos militares por encargo de los dictadores sanguinarios de hoy. Así pues, este hombre es un ejemplo más de lo que es la condición humana, que hace que haya personas capaces de ignorar por completo las consecuencias de sus actos, que ponen una cortina que tapa todo el sufrimiento que hay detrás de ellos. La desconexión entre lo que han hecho y las consecuencias que ello pueda traer a otras personas es total y absoluta. Al fin y al cabo, no son ellos los que torturan, violan o matan. Más bien, al contrario, son estupendos padres, vecinos y/o amigos.

Traigo a colación dos frases que resumen este aspecto de la condición humana:

Albert Einstein: «El mundo es un lugar peligroso. No por causa de los que hacen el mal, sino por aquellos que no hacen nada por evitarlo»

Martin Luther King: ”Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos.”

 

 

 

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