Naciones Unidas prohíbe las armas nucleares
El 07/07/2017 es una fecha para recordar. La noticia ha pasado casi desapercibida y, sin embargo, es un hito en la historia de la humanidad en su avance hacia la paz. La Asamblea General de Naciones Unidas ha adoptado un tratado que prohíbe las armas nucleares.
En las negociaciones finales del tratado han participado 140 países. Para vergüenza de la Unión Europea, todos los países que integran la OTAN han permanecido fuera de estas negociaciones. Pero claro, no hay que olvidar que, a su vez, los nueve países que tienen armas nucleares han estado boicoteando en lo posible todo el proceso de negociación: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia, China, India, Paquistán, Israel y Corea del Norte. Son nueve países que amenazan no sólo la paz mundial sino la supervivencia de nuestra especie y de millones de especies más. Los cinco primeros países mencionados son los que tienen derecho a veto en el Consejo de la ONU y a su vez son los mayores productores de armamento del mundo. La guerra reporta grandes beneficios para algunos pero gran sufrimiento para muchos más. Este tratado se abre a ratificación en septiembre y únicamente será vinculante para los países que lo firmen.
Quiero recordar que el único país que ha utilizado estas armas de destrucción masiva contra población civil ha sido, precisamente, Estados Unidos en 1945. Ese mismo país detonó en 1954 una bomba nuclear de hidrógeno, Castle Bravo, mil veces más potente que la que arrasó Hiroshima, cuya lluvia radiactiva cayó sobre los habitantes del atolón de Rongelap.
En mi libro Rainbow Warriors, historias legendarias de los barcos de Greenpeace, dedico un capítulo entero a la locura nuclear. Mi intención es que jamás se olvide lo que ocurrió durante décadas en el Pacífico, en donde Estados Unidos, Francia y el Reino Unido se dedicaron a detonar bombas nucleares que directamente afectaron a la salud de miles de personas y sus descendientes y cuyas consecuencias medioambientales finales están aún por llegar. La locura armamentística nuclear tuvo lugar en diversos puntos del planeta. El número de personas que se vieron afectadas por ella es imposible de cuantificar, máxime cuando los efectos de la radiactividad no son inmediatos y más bien se perpetúan en los genes pasando a las generaciones siguientes. La radiactividad es una pesadilla que se perpetúa en el tiempo. ¿Cómo ha afectado la radiactividad vertida en todas esas pruebas nucleares a la atmósfera, al agua, a la tierra que pisamos? Y a ello hay que sumar los accidentes de las centrales nucleares y las toneladas de residuos nucleares vertidas a los mares o almacenadas bajo tierra… Casi imposible de saber cómo han subido los índices de radioactividad a nivel global, especialmente porque el interés de los países responsables de todo este peligroso juego es nulo. La táctica generalizada en este tema es la del avestruz.
El texto del nuevo tratado es contundente porque aquí no caben las medias tintas: las armas que causan daño humanitario catastrófico quedan prohibidas por la legislación internacional. Las armas nucleares están incluidas desde ahora en esta terrible lista de destrucción, junto con las armas biológicas y químicas, las minas antipersona y las bombas de racimo. Está prohibido desarrollarlas, probarlas, producirlas y adquirirlas. En la actualidad, hay alrededor de 20.000 bombas atómicas en el mundo, suficientes como para acabar 40 veces con la vida en el planeta.
Se ha hecho un gran avance pero queda camino por recorrer: presionar para que todos los países firmen este tratado (y a nosotros los ciudadanos europeos nos toca trabajar aquí) y además que se comiencen a desmantelar todos los arsenales nucleares. Por lo pronto, poquito a poco, se está yendo en esta dirección. Enhorabuena a todas las personas y organizaciones civiles que, desde hace décadas, han estado trabajando para conseguir todos los avances hacia la cordura, hacia un mundo libre de la amenaza nuclear.
