Regresar a un lugar que ha dejado de ser tu hogar

Durante ocho años y medio estuve viviendo en Mallorca, esta isla maravillosa del Mediterráneo en la que tiene cabida, en un espacio relativamente reducido, mucho de lo que una persona disfrutadora de la naturaleza y del paisaje puede anhelar: montañas con rincones espectaculares, costas de acantilados, enormes arenales y multitud de calas pequeñas en donde el manto verde lame las orillas del mar ¡Y qué mar! Aguas cristalinas color azul turquesa gracias a las abundantes praderas de poseidonia.

En 2009 dejé el piso que tenía alquilado en Palma. Llevé las pocas pertenencias que quería conservar a una casa familiar y las almacené bajo las camas. Durante dos años no tuve un hogar en tierra y estuve mayormente viajando, o embarcada en el Rainbow Warrior o bien conociendo lugares y gentes por mi cuenta. Sabía que algún día querría tener de nuevo un hogar.

Pensaba que si al final decidía parar en Europa, echaría el ancla en España y, en ese caso, por supuesto volvería a instalarme en mi querida isla mediterránea. Sin embargo, cuando decidí escribir mi libro, acabé viniendo al lugar donde estaban guardadas mis cosas: Pedreguer, el pueblo de Alicante donde nació mi abuela. Fue una sorpresa para mí descubrir que donde quería vivir esta nueva etapa de mi vida era en la tierra que domina una gran montaña, el Montgó.

Ahora estoy en Mallorca de visita. Sigo amando profundamente esta isla tan bella y sigo llevando en mi corazón a todos mis amigos maravillosos. Pero siento que éste ya no es mi lugar, ya no es mi hogar. La sensación es extraña. Ahora soy una visitante. A un lugar que se ha amado mucho se puede volver, pero teniendo en mente que ya nunca volverá a ser lo mismo porque ya nada es igual. Y esto es algo que hay que digerir.